Un efervescente ejercicio estético-musical

Después de ser lo que fue, despensa durante el Imperio Romano de artesanos picapedreros que tallaron bustos y columnas, Carrara siguió siendo fuente inagotable de ese oro blanco que Michelangelo di Lodovico Buonarroti (Miguel Ángel) eligiera para esculpir con sus manos obras eternas de la belleza y del amor, como el David o la Pietà (La Piedad del Vaticano)

… Y Carrara, yacimiento inagotable de la Toscana italiana, ofreció eternamente sus entrañas, por los siglos de los siglos, para que continuaran extrayendo mármol. Y ese ofrecimiento telúrico para que la taladren hasta sus simas, iba también poco a poco esculpiendo sus laderas horadadas, convirtiéndolas en bancales, en auténticas gradas, como si de un recinto escénico se tratara para acoger espectadores.

El escenario ya ha sido marcado, ahora faltan los protagonistas de la historia, pero esta vez el papel principal no será para los que pusieron cara y pusieron nombre a las piezas de mármol una vez convertidas en arte. Esta vez, los protagonistas elegidos por La Liga de la Ciencia Pagana para su espectáculo son los que quisieron esculpir la libertad, los que no se conformaron con vivir sometidos bajo el yugo de la sinrazón nazi durante la década de los cuarenta del siglo pasado. Los protagonistas son los miembros de la Resistencia Partisana “partigiana”, simbolizados en una frágil mujer que durante su infancia le tocó vivir en la Italia fascista de Mussolini, Oriana Fallaci. Hija de un antifascista del que heredó su arrojo para convertirse en una activista de la resistencia contra la ocupación nazi en la Toscana que la viera nacer.

Con Oriana, La Liga de la Ciencia Pagana ha hecho un auténtico ejercicio de traslación y de localización, recreando esa cantera de la Toscana, y qué mejor lugar para hacerlo que en una cantera de artesanos y artistas: el taller de talla de piedra de la Escuela de Artes y Oficios de Mérida. El espacio escénico de Carrara ya estaba en Mérida; el homenaje a los partisanos ya lo habían esculpido Rades y Leandro, y la Oriana se había reinventado un día antes.

Todos los ingredientes a punto para que la función comenzara… La Fallaci apareció marcando el paso, dejando claro quien llevaba la acción, pero vigilada muy de cerca por un ejército pagano, más numeroso que en anteriores ocasiones. Pepe, Leandro y Luis Carlos imprimían el ritmo intentando poner cerco a la partigiana Oriana, que en esa época era la pasión por la rebeldía, la pasión por la libertad.

En Oriana, Marina (la bailarina) mostraba su vehemencia; con arrojo utilizaba todas las armas que tenía a su alcance para poner la estética a las notas compuestas por Pepe y ratificadas por Leandro, al bajo, y Luis Carlos, a la batería.

Y por si acaso entre los privilegiados que asistieron a esta representación había algún espectador pasivo, no faltó la arenga final del siempre correctísimo Tano, quien, megáfono en mano, movilizó a todos contra la indeferencia.

Oriana es un efervescente ejercicio estético-musical de la Liga de la Ciencia Pagana. Una breve pero intensa puesta en escena, que no es sino una excusa para provocar y no dejar a nadie indiferente, utilizando el arte como arma.


La espe