Por devoción (a destiempo)

Saben aquel chiste de un niño que le pregunta a su padre: papá, papá ¿qué es peor, la ignorancia o la indiferencia? Y el padre le responde: ni lo sé ni me importa. Pues la verdad a mí hay veces que me ocurre algo parecido, que ni lo sé ni me importa. No sé por qué una persona, o sea, yo en este caso, pasa un frío espantoso durante muchas horas a lo largo de varios días cuando en la tarea no le van las rentas. Me lo he preguntado y la verdad es que no sólo no he hallado una respuesta sino que además no me importó soportar el frigidísimo tiempo. Por lo tanto se puede decir que lo mío es por devoción.


Esta parrafada viene al caso después de la última actuación, “Por debajo del agua”, de la Liga de la Ciencia Pagana. Durante tres heladores días, con sus correspondientes gélidas tardes y noches, los paganos, descubriendo una vez más otro ignoto espacio urbano como lugar escénico, ofrecieron en la Parque del Marco de Cáceres una curiosa versión del orbe subterráneo y telúrico del que emanó y emana esta eterna ciudad. Se sumergieron en un desconocido mundo para encontrarse por primera vez en el lugar que les vio nacer.



Estas líneas no son una crítica, ni siquiera una crónica, son sólo unos recuerdos que se empeñan en regresar de vez en cuando para traer a la memoria ecos de unas notas que recorrieron las aguas del Marco, y que se cobijaron bajo las ramas del eucalipto estratosférico del que pendieron los bailarines para desarrollar una danza imposible.

Ahora al escribir estas líneas sólo me acuerdo de la intrahistoria, de lo que el espectador no pudo ver cuando acudió a ver el espectáculo porque “esa función” sólo está reservada a esos cuantos que no sabemos y a los que tampoco nos importa. Recuerdo unas notas con reminiscencias de otro río y otro tiempo. Me viene la imagen de unos vuelos cautivos de unos danzarines que amerizaban en el lago y que dejaron boquiabiertos a los espectadores. Ella, familiar aunque tan enigmática como siempre, que ha bebido de estas fuentes; él, más desconocido para mí pero brutalmente entrañable, que llegó empujado por otras corrientes marinas.

Me inunda aún la memoria sonidos producidos por golpes baqueteados en otras Vegas y que ratificaban las notas del bajo y de la guitarra, que a su vez se ensayaron en otra orilla donde cantan las ranas. Y como un primer poblador, no de Maltravieso, sino de la Charca del Marco, se zambulló en las cenagosas aguas una especie que bien podía bautizarse como cyprinus castela.

Sea como fuere, esto es sólo el recuerdo arrancado a la fuerza del olvido, quizás por la insistencia del ideólogo de la idea, pero a pesar de los pesares seguiremos, ignorantes e indiferentes, enganchados a sus requerimientos, y utilizando unos versos de Gerardo Diego decir que seguiremos cantando siempre el mismo verso pero con distinta agua.

La Espe