Los godos bajaron de entre las nubes

...y de entre un mar de nubes que nos impedía la vista de la isla, surgió, recortado como una postalita en la ventanilla del aeroplano, el majestuoso Teide. Rompió las nubes para ser el primero en recibirnos…

… La segunda en hacerlo fue la Meletérica del aeropuerto que nos miró de soslayo como preguntándose: ¿dónde irán estos paganos?...

…y el tercero en recibirnos, al salir del aeropuerto, el taxista con ese peazo cartel que decía: “LAS CANCIONES DE BILITIS”, y esa peazo sonrisa de no saber dónde meterse y que también nos miraba, el hombre, preguntándose ¿qué coño será esto?

Llegados al parque García Sanabria, el más concurrido de Sta Cruz de Tenerife y donde sería la representación, nos asaltaron los más variados aromas de la enorme cantidad de plantas exóticas que nos rodeaban: jacarandas, piteras, flamboyanes, pándanos, ñameras, anturios, bougambilias, bambúes y, cómo no, palmeras canarias.

En el centro del parque se levanta el Monumento a García Sanabria (alcalde santacrucero allá por los años 20), obra expresionista del escultor Francisco Borges Salas y diseñado por el arquitecto Marrero Regalado; junto a esta estructura se sitúa "La Fecundidad", obra del citado escultor, y todo dentro de una fuente que parecía hecha a medida para el espectáculo.

Nuestros técnicos se pusieron rápidamente manos a la obra; primero, el croquis del reparto de luces (hay que hacerlo así porque cada fuente es un mundo); y segundo, empezar a montar bajo la amenaza de un ciclón que no llegó nunca.

Empieza el espectáculo, todo perfecto: la luz mágica (a Javier e Isabel les costó ser cacheados por llevar los gobos en la maleta), el sonido bien medido y el marco muy a juego con lo que se iba a representar. Elena magistral, salvaje, sensual y sexual (por algo es la reina de las paganías) poseída por el espíritu de Bilitis, mientras Olga, más que recitar esos versos tan insinuantes, los lanzaba al público como pétalos de rosa. Los paganos se afanaban en llenar el ambiente de acordes muy mediterráneos. El público al parecer quedó satisfecho, como con un sabor a ron miel en la boca.

Como no podía ser menos, al día siguiente nos dirigimos montaña arriba, a devolverle el saludo al gigantesco Teide. El guía guanche (nuestro gran amigo David), según íbamos ascendiendo, nos iba desvelando los secretos de toda esa Naturaleza en carne viva.

Por la noche se repitió el espectáculo y el éxito.

Asomados a la ventanilla mientras el aeroplano despegaba, otra vez el pico más alto de Hispania, como siempre envuelto en su fantasmal capa de nubes, se asomaba a despedirnos. Nosotros, envueltos en una capa de recuerdos que nos acompañarán para siempre.

Leandro