La Electra que yo vi

No queda nada, nada de nada…
No queda nada, nada de nada…

No queda nada?
Quedan muchas cosas de la Electra que la Liga de la Ciencia Pagana puso en escena dentro de la programación de la quincuagésima tercera edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida. Quedan cifras y quedan, sobre todo, emociones.

No quiero referirme a lo que la gente vio de esa valiente y arriesgada versión del clásico de Eurípides en el Canal del Guadiana, que se convirtió en un inédito e ignoto espacio escénico, descubierto ya para futuras ediciones del Festival de Teatro Clásico de Mérida.

Como decía quedan cifras… las cifras son fáciles de contar: 63 minutos, 1.000 litros de agua en los bidones sobre el escenario, miles de metros de cableado, muchísimas latas de bebidas isotónicas y muchas más de cervezas, muchos grados y pocas horas de sueño, y las hormigas… incontables. Pero si las cifras son fáciles, las emociones en cambio son más difíciles (para mí además más pudorosas, porque algún sofocón me llevo)

Seis días y siete noches, como si de una oferta turística se tratara o como si el título cinematográfico lo predijese, ese fue el tiempo durante el cual, la ribera del Canal del Guadiana y el Molino de Pancaliente se convirtieron en nuestra zona de acampada. Horas de sopor “aplacado” por el agua que coprotagonizó la obra, agua que fluía para dejarnos vivir.

Como si de una partida de tetris comenzara, las piezas empezaron a moverse y poco a poco encajaban, imitando a nuestras inseparables hormiguitas, los técnicos de sonido e iluminación acarreaban los equipos y fueron creando el escenario. Cada uno de ellos conoce los pasos de un baile para que la coreografía salga equilibrada.

Manolo y Ramón (mis MacGyvers, qué gran descubrimiento) ultimaban otros detalles de la infraestructura. Chelo y Margarida daban las últimas puntadas al vestuario. Mientras la parte artística pisaba el escenario ya armado… los entrenos y los ensayos condenados a terminar para dar paso a una pequeña muestra, un pase, un previo, un preestreno… (Pepe y Leandro saben a qué me refiero)

Y llegó el día D, hora H, o lo que es lo mismo, viernes 3, 23:15 hrs. Los primeros acordes recorren el valle del canal y se repiten una y otra vez sin solución. Notas agresivas acompañadas de convulsivos y arriesgados movimientos de los bailarines: salvaje y enigmático Juan Luis, y la seducción que despliega el baile de Elena es impresionante… los acordes del bajo de Leandro y los enreos de Pepe con la guitarra continúan… “Dime si el viento que…” Diego nos avisa, faltan tres minutos para el cambio de ropa, Chelo se prepara para ayudar a Elena.

Las Furias ya están en el canal… minucioso, callado y exquisito trabajo el realizado por Javier, Tano y Coco. La ropa se tiñe de rojo, a correr, ahora la danza se desarrolla en la otra orilla del canal. Las Furias siguen avanzando para recoger los cuerpos de Clitemnestra y Egisto (que mis MacGyvers habían diseñado y fabricado). Otros diez minutos de locura, Elena y Juan Luis se estrellan una y otra vez contra la empalizada, remordimiento por el matricidio ¡CRIME! Regreso al escenario, se acerca el final… Continúa No queda nada, las barreras perceptivas ya se han roto… pero la vista aún puede detenerse en el deambular por el canal de los mimos que se acercan al escenario. Las velas que se vengan de la oscuridad absoluta continúan centelleando levemente. Llega el final, ya sí que no queda nada, sólo un aplauso.

Pepe y Leandro, Elena y Juan Luis, Javier, Tano y Coco, siete nombres que no son el telón de fondo sino el argumento de la obra, porque Electra son ellos (bueno y Chelo, y Diego, y Ramón, y Manolo, y Margarida, y Pitu, y alguno más)

La Espe